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9 de agosto de 2015

El secreto está en la Jarra

Estando en un seminario en una escuela de negocios, un profesor llegó al aula con una jarra de cristal. 

Nos miró fijamente y todos nos preguntábamos qué iba a pasar.
De repente se dirige a nosotros y nos pregunta, ¿qué tengo en las manos?, y todos contestamos lógicamente, que tenía una jarra. 
Acto seguido preguntó, ¿qué hay dentro de la jarra?, todos coincidimos respondiendo nada, no hay nada en la jarra.
Con tono condescendiente y sonriendo, nos rectificó diciendo que estábamos equivocados, pues estaba  llena de aire. 
Claro, todos nos reímos al oír tal tontería, pero seguía de pié y con la jarra en las manos. 
Se giró y cogió una bolsa con piedras y la vació dentro de la jarra. 
Volvió a preguntar, ahora la jarra está llena de piedras, ¿cabe algo más?. 
Todos dijimos que no, que ya estaba a tope y era imposible. 
Volvió a girarse y cogió otra bolsa, esta vez llena de piedritas. 
La vació dentro de la jarra y volvió a preguntar, ahora ¿cabe algo más?. 
Una vez más contestamos que ya era imposible meter algo más.
Otra vez nos rectificó. Se giró y cogió otra bolsa, en esta ocasión, de arena. 
Volvió a vaciarla en la jarra y poco a poco se fue llenando de arena hasta el mismísimo borde de la jarra. 
Aparentemente era imposible llenarla con algo más, pero aún así volvió a preguntarnos.  
¿Cabe algo más en la jarra? 
Ya dudando dijimos que no, pero como esperábamos, se volvió a girar y cogió una botella de agua que, por supuesto, vació por completo dentro de la jarra.
Ahora es cuando ya no cabe nada más, nos dijo. 
Con todo esto, os he querido demostrar que si nos preocupamos de valorar todo lo que tenemos que hacer en un día, semana, mes, etc., podemos llegar a hacerlo sin que nos falte tiempo. 
El secreto, saber p-r-i-o-r-i-z-a-r  y diferenciar lo urgente y lo importante de lo no urgente y lo no importante. 
Una vez dicho eso, se dió media vuelta y salió del aula, la clase había acabado.
Aunque corta, nunca olvidaré esa lección.

Fuente: empatic

18 de mayo de 2015

Autovaloración

Érase una vez un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.

-Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. 

Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. 

¿Cómo puedo mejorar? 

¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo: «Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. 

Quizá después…». 

Y, haciendo una pausa, agregó: «Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar».

-Encantado, maestro -titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergados.

-Bien -continuó el maestro. 

Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió-: Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda.

Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. 

Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. 
Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él.
Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. 

Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de
cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

- Maestro -dijo-, lo siento. 

No es posible conseguir lo que me pides. 

Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- Eso que has dicho es muy importante, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. 

Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. 

Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede  saberlo?

Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. 

Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.

– ¿Cincuenta y ocho monedas? -exclamó el joven.

– Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. 

Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. 

Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. 

¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.
 
Cuento del poeta argentino Jorge Bucay que nos recuerda nuestro compromiso interno de autovalorarnos.
Cuando un prospecto o cliente posterga contratar un seguro de vida o asistencia, debemos entender que no es a nosotros a quienes rechaza, está rechazando contratar un plan que lo beneficiará a él y sus beneficiarios.
Como profesionales siempre confiamos que las personas comprendan como pueden proteger lo que más aman en su vida, por razones que muchas veces desconocemos postergan o rechazan la idea.
Ese es el momento de visitar a otros prospectos calificados como el joyero, que están esperando y necesitan de nuestro asesoramiento para tomar la decisión de contratar un plan de seguro.
 

18 de mayo de 2014

Observarlos me asombró …



La otra tarde observé con asombro la ardua tarea de una pareja de pájaros horneros, dedicados a la construcción de lo que sería el nido donde albergarían a sus pichones.  
Al cabo de 1 mes su casita quedó terminada, trabajaron ambos , macho y hembra avanzaron en su cometido, a pesar de  las lluvias  y tormentas que no pudieron destruir esta verdadera obra de ingeniería.

Un tiempo después escuché a sus crías y observé como se turnaban, uno los cuidaba mientras el otro salía a  buscar alimento.

El día que uno de ellos no regresó, el desamparo llegó a los pichones porque el único integrante que podía protegerlos se vió en la necesidad de salir a buscar comida.

Si lo llevamos a la vida humana, la misma historia podría tener un final muy distinto, ya que como seres racionales podemos planificar.
Tratándose del futuro de los hijos: 

Ningún padre planea fracasar, pero muchos fracasan por no planificar.


Hoy cuando muchos de ustedes se encuentran construyendo el nido para albergar a sus futuros pichones, es el mejor momento para analizar como protegerlos ante la prematura desaparición o incapacidad de alguno de sus padres.
Sumamos a esta planificación, planes en los cuales el costo de esa protección regresa a nuestro bolsillo como un ahorro que permite incrementar los recursos para el futuro.
Hace 30 años que estamos dedicados a resolver estas preocupaciones, no dude en comunicarse o llamarnos, consultas sin cargo.