Pistola
. . . Pistola es mi amigo desde que los
dos teníamos quince años.
La mayoría de mis amistades se
generaron en la escuela secundaria, sin embargo a Pistola lo conocí en el club
y comenzamos siendo de alguna forma rivales.
Jugábamos a la pelota todos los fines
de semanas, a veces en el mismo equipo, otras veces enfrentados.
Eso sí, en los veranos, en la piscina,
parábamos en el mismo sector y ahí comenzó a forjarse nuestra amistad
alternando competencias acuáticas informales y la contemplación de las pibas
que frecuentaban la institución en los setenta.
A los dieciocho nos postulamos para
ingresar a trabajar al mismo banco y nos tomaron a los dos, junto con otro de
los muchachos que conocíamos de los picados en las canchitas de atrás del
natatorio.
Entre los tres nos hicimos más unidos
todavía porque coincidimos en un sector de la entidad que se encontraba en
formación, el de la intermediación financiera y a ese proyecto nos incorporaron
a Pistola, a Riqui y a mí.
Letras de cambio, certificados de
participación y custodia, plazos fijos.
La mesa de dinero y nosotros los
pinches satelitales del fenómeno del momento.
Circulares del banco central y más
circulares que teníamos que conocer y aplicar.
Normas, procedimientos, balanceos,
controles y cadeteos . . .
No duramos demasiado como bancarios,
después de charlarlo durante horas y horas en la cocinita de la oficina, de a
uno y esta vez en distintas firmas, fuimos tomando a la representación
comercial como profesión.
Pistola, pionero como siempre, el más
veloz del trío, nos indicó el camino a Ricardo y a mí.
Graciela, su novia ( una de las más
simpáticas y bonitas participantes que tuvieron los concursos de belleza del
club ) y Pistola me convencieron de que fuera testigo de su matrimonio.
Una tarde junto con Riqui y nuestras
simpatías de aquellos años, nos encontramos trajeados y emocionados viendo en
un registro civil de Capital casarse a nuestro amigo, recién recibido de
profesional, ya que también se hacía tiempo para estudiar.
Después, a la noche, la iglesia, la
fiesta y lo demás.
Luego, rápidamente y en seguidilla
llegaron los hijos de nuestros amigos, tres, con diferencia de un año entre sí.
Crecimos todos y . . . una sóla vez,
cuando llegamos a los cuarenta y cinco hablé con Pistola a fondo de nuestra
profesión.
Muchas veces le pedí consejos, los
escuché y los seguí, por el respeto que el supo ganarse de mí y de todos a
quienes iba conociendo.
Me pregunto si eso no marcó una
diferencia de roles en nuestra amistad, ya que aquella vez que tocamos a fondo
el sentido de mi actividad y el que sería definitivamente mi norte profesional
Pistola me respondió, un poquito sorprendido de mi osadía, desde cierta
distancia y condescendencia, aunque conservando el afecto fraternal.
- Mirá,
Flaco, ya me ocupé de estas cosas, ya lo pensé, tengo todo ordenado, nadie
mejor que vos sabe que tengo propiedades, también el estudio, además, entre
nosotros, tengo inversiones y un " canutito " interesante en la caja
de seguridad . . . - me explicó, dejando el pocillo en el platito.
Le sonreí.
- No tengo pensado entregar el envase.
- continuó respondiendo a mi sonrisa - Pero si eso me pasara, Graciela y los
chicos no tienen de que preocuparse, tendrán todo resuelto. Quedate tranquilo.
- concluyó.
Soy argentino, soy porteño, cada vez
que alguien me dice : " - Quedate tranquilo.- " Me preocupo.
Una alarma silenciosa se activa en mi
cerebro.
Por no discutir con mi amigo,
confiando como de costumbre en sus palabras, no insistí.
Tampoco me lo hubiera permitido, su
tono tajante resultó inconfundible.
Tema cerrado.
Acabo de cortar con Ricardo.
Por no preocuparla, Pistola, en su
papel de proveedor de la familia a la vieja usanza, la de la vieja escuela, le
contaba la mitad de los asuntos laborales y ninguno de los aspectos financieros
de su actualidad.
Como en una búsqueda del tesoro pudieron ubicar una de sus cajas de
seguridad, con una mediana suma de efectivo .
Sin ninguna de las escrituras y
ninguna constancia o estado de cuenta o resumen que certifique inversiones que
Graciela calcula, con bases razonables, que deben existir.
De las cuentas corrientes y cajas de
ahorros a nombre de Pistola, solamente en dos está registrada también su
esposa.
A veces, cuanto más vivo para los
negocios es un hombre, más deja afuera de ellos a su familia.
Comparte con ellos los resultados, los
deja afuera de los procesos y de la tensión que los mismos generan.
Ni Ricardo, ni yo, sus amigos de más
confianza, los más cercanos, sabemos que decirle a nuestros entrañables amigos
: Graciela y los pibes de Pistola, ya casi hombres.
Él ya no está físicamente con
nosotros.
Siento que todavía somos amigos y que
jamás me voy a disculpar el no haber hasta peleado con él, si hubiese sido el
caso, hace más de diez años atrás la única vez que hablamos de una póliza, para
que suscribiera un seguro de vida.
Gracias Alejandro Lacquaniti por compartir tu historia con nosotros.
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